This article, written in Spanish, is taken from a sermon given by Victor Pagan, assistant director, during a hispanic meeting at the recent Church of God General Assembly in Orlando, Fla.
Agradezco a los organizadores de este evento la gentil invitación recibida y el espacio provisto en el programa para participar en las deliberaciones del importante tema que nos ocupa. De entrada debo confesar que cuando comencé a escribir este documento era mi intención elaborar mis argumentos de por qué veo como buena y deliciosa la unificación administrativa de la Iglesia de Dios en Latino América. Pero cuando llegué a la página tres me di cuenta que lo que estaba vaciando en el monitor de mi computadora eran pensamientos y sentimientos de otro carácter, no directamente conectados con la agenda. Y escogí seguir la dirección del viento. De manera que este primer párrafo de mi ensayo fue en realidad uno de los últimos que escribí.
Queridos hermanos, amigos y colegas en el Santo Ministerio, sin pretender ser un erudito en el uso del griego del Nuevo Testamento creo con todo mi corazón que los que hemos llegado a este lugar estamos participando de un momento “kairos” en la historia de la Iglesia de Dios en general, y en particular de la Iglesia de Dios Latinoamericana. Puesto que el “cronos” que tenemos disponible es limitado, procederé inmediatamente a compartir con ustedes por qué siento lo que siento y opino lo que opino.
Nuestra amada Iglesia de Dios, en su movimiento de acción misionera está, como todos sabemos, en la celebración de su centenario. Desde el comienzo de sus humildes esfuerzos de evangelización global nuestra denominación expresó decididamente su incondicional apoyo a la tarea de La Gran Comisión. Dos hechos históricos que demuestran lo dicho anteriormente son los siguientes. En el 1911 se recibió la primera ofrenda misionera en una Asamblea General. La cantidad ascendió a $21.05. Más tarde, en el año 1927, se aprobó la moción que requería a las iglesias locales enviar una ofrenda misionera en sus reportes mensuales. De aquí surgió el famoso 2 1/2% que sirvió hasta el momento como una malla de seguridad para la operación administrativa de Misiones Mundiales. A eso podemos añadir la calidad humana y el afable carácter de algunos de los misioneros que llegaron a nuestras playas, montañas o desiertos, según haya sido el caso. Algunos con quienes he discutido el tema, concurrimos en que el análisis de la gestión misionera y del tipo de misionero que ha llegado a Latinoamérica arroja un saldo favorable. Vessie Hargrave, William Alton, Bill Watson, James Beaty y Roland Vaughan pueden servir como prototipo de los misioneros del norte que salieron de su tierra y de su parentela para hacerse nuestros. El estandarte continúa flotando dignamente en nuestros días en las personas de Ricardo Waldrop, Ken Anderson, Paul Stockard y John Hayes.
Pero los cien años han pasado y las cosas han cambiado. Estamos en la segunda década del siglo 21. Varias cosas han sucedido que, gracias a Dios, nos están forzando al cambio. Y digo gracias a Dios porque tenemos delante de nosotros una gran oportunidad. Sin embargo debemos recordar que la puerta de la oportunidad tiene puesto un rótulo que dice “empuje.” Los cambios no se dan solos, hay que provocarlos. Recuerdo de mis clases de ciencia física haber estudiado sobre la ley de inercia. La misma explica la tendencia que tienen los objetos a permanecer en el estado en que están, a menos que una fuerza externa actúe sobre ellos. En otras palabras, si un objeto está quieto, su tendencia es quedarse quieto hasta que algo lo mueva. Y de la misma manera, si un objeto se está moviendo tenderá a continuar moviéndose hasta que algo lo detenga. En las pocas oraciones que hasta el momento conforman este párrafo he usado intencionalmente las palabras cambio y oportunidad. Vamos por partes.
En primer lugar, ¿de qué cambios estamos hablando? Pues para comenzar, el cambio de filosofía y de estrategia de Misiones Mundiales que poco a poco ha ido confiando las riendas de la administración de la iglesia Latinoamericana en las hábiles manos de líderes nacionales. Por supuesto, esto no puede ser descrito como un paso de fe. Fue un acto de reconocimiento al excelente y eficiente liderazgo criollo que ha dado buen fruto. Y no cito ejemplos para no pecar de omisión. Pero si no me cree, todo lo que tiene que hacer es extender su mano en cualquier dirección de esta sala donde estamos reunidos y le aseguro que estará tocando un gran líder Latinoamericano de la Iglesia de Dios. Una variable adicional de este cambio filosófico se refleja en la manera en que paulatinamente ha ido perdiendo poder el dedo de la “dedocracia” y se ha ido abriendo el espacio para una mayor participación en los procesos de selección de los líderes para las diferentes posiciones administrativas en nuestro organigrama.
Otro cambio, bueno también, es la moción aprobada en la Asamblea General del 2008 que produjo como resultado final un nuevo sistema para financiar la operación de la Iglesia de Dios. Como ha sido debidamente anunciado, a partir del 1ro de Septiembre del año en curso y consecutivamente por los próximos cinco años, la contribución de las iglesias locales para Misiones Mundiales será reducida. Esto significa que al final de los cinco años el presupuesto de Misiones Mundiales en lugar de haber aumentado como es lo normal, en efecto habrá sido reducido en un 50%. En término de dólares esto significa aproximadamente seis millones de dólares. Lo bueno de esto es que nos veremos forzados a hacer uso de nuestros dones de creatividad e intelecto para producir nuestros propios recursos. Estamos rápidamente moviéndonos hacia la interdependencia con dignidad y respeto.
¿Qué oportunidades nos ofrece el cuadro descrito anteriormente? La primera oportunidad que tenemos es la de aceptar la nueva realidad, afirmar nuestros rostros, vestirnos de pantalones largos y marchar hacia nuestro divino destino. La Iglesia de Dios Latinoamericana ha dejado de ser niña. Dios tiene un propósito para los latinos. Miramos con optimismo y alegría cómo Dios nos ha ido posicionando en los lugares desde donde podemos jugar un papel más protagónico en el cumplimiento de la “Misio Dei.” Y no me refiero únicamente a lo que está ocurriendo en nuestra familia denominacional, sino al Cuerpo de Cristo en su más amplia expresión.
Tenemos también la oportunidad de servir como agua refrescante a nuestra madre iglesia. Podemos actuar como lo que somos, hijos suficientemente maduros para entender que la que antes nos bendijo, ahora necesita ser bendecida. Creo que los mejores días de la Iglesia de Dios están en nuestro futuro, no en nuestro pasado. Y nosotros, la Iglesia de Dios Latinoamericana, tenemos la posibilidad y el deber de contribuir para que así sea. A diferencia de la hermanas iglesias en otros países, nosotros nacimos Iglesia de Dios. Quiero afirmar, con el debido respeto y deferencia que merecen todos los otros miembros de nuestra familia confesional, no somos adoptados ni amalgamados. Manteniendo el margen adecuado para la disensión, con sano orgullo proclamamos que amamos la Iglesia de Dios. Creemos su doctrina, aceptamos sus enseñanzas, practicamos su administración, disfrutamos su confraternidad, promovemos su crecimiento, agradecemos sus beneficios y sudamos su camiseta. Por supuesto, esto no nos hace mejores que los demás. Pero indiscutiblemente nuestra óptica denominacional es diferente. Oraremos por la Iglesia de Dios, la amaremos como siempre, simpatizaremos con su condición, la acompañaremos en su cambio de vida, aportaremos nuestros recursos humanos, ministeriales, económicos y participaremos activamente en su revitalización.
Sin embargo tenemos que tomar conciencia de que ni los cambios ni las oportunidades que se nos están presentando sucederán como por arte de magia. Si entendemos que lo que está sucediendo es algo que procede del consejo de Dios, tendremos que despojarnos de todo peso y correr con paciencia. Sugiero en primera instancia que nos despojemos del enano sentimiento nacionalista que en ocasiones nos ha impedido alcanzar las más elevadas metas. Hace ya algunos años me expresé en el sentido de que el liderazgo latino de la Iglesia de Dios no podía permanecer exclusivamente en las manos de los que comen tacos o arroz con gandules. Es refrescante ver como en los últimos años han sido añadidas las manos de los que cargan pupusas, chuchitos, bandeja paisa, cuyes, bife de chorizo, ceviche y otras exquisitas expresiones de nuestro variado arte culinario. Pero en realidad, lo más noble es que tengamos una mentalidad de reino que nos permita entender que cuando entre nosotros un miembro recibe honra, la experiencia es compartida con todo el cuerpo.
Me permito inyectar aquí, en el contexto de lo que estoy diciendo, que una de las experiencias ministeriales más significativas de mi vida ocurrió dos años atrás. Los que estuvieron allí recuerdan que cuando pasé al micrófono para aceptar la nominación a la posición de Director Asistente de Misiones Mundiales la plataforma fue invadida por hermanos que interrumpieron el protocolo y al moderador para unirse a la celebración. El triunfo fue nuestro. Fue la alegría de una colectividad más que de una persona. Fue un hermoso testimonio público de solidaridad ministerial. Tenemos que cultivar esa conducta y sentimiento de una manera más intencional.
Otra área a la que debemos prestar atención es a la transferencia de poder. Hermanos, ninguno de nosotros inventó o inició esto. Todos nosotros estamos aquí parados sobre los hombros de los hombres y mujeres que nos precedieron. Si es así, entonces, ¿por qué en ocasiones somos hallados faltos tratando de manipular el sistema como para querer permanecer en los puestos de servicio del momento? No tengo la evidencia para probarlo, pero he escuchado que una de las razones por las que tenemos un reducido número de Obispos Ordenados en algunos de nuestros países es porque los líderes de turno impiden, o por lo menos no promueven, el ascenso ministerial de sus colegas. Especialmente de aquellos que un momento dado podrían representar una amenaza a su posición.
Dicha manera de actuar refleja, por lo menos, falta de ética. Y podría fácilmente convertirse en una carnal ambición de poder. En su lugar, debemos servir como mentores a las nuevas generaciones. Si nosotros estamos aquí hoy es porque alguien nos dio la mano, nos abrió el camino y confió en nosotros. Una impresionante camada de jóvenes nos viene presionando para que les extendamos el mismo favor. Si al acercarnos al final de nuestra gesta como líderes miramos alrededor y decimos, “Es que no veo a nadie a mi alrededor que pueda ocupar mi lugar”, dicha declaración será una dolorosa admisión de haber ejecutado un liderazgo deficiente. Les exhorto a que en su estrategia administrativa incluyan actividades que ofrezcan oportunidades de entrenamiento y enriquecimiento para la comunidad ministerial a la que usted sirve.
Concluyo parafraseando lo poco que recuerdo de una estrofa del poema que declamé en la graduación de mi clase hace 48 años:
“Hermanos peregrinos, estamos en un cruce de caminos
Dejad que elija el alma y la razón
Si algún día, al encontrarnos con rostros
Ya timbrados de experiencia
Y al preguntar si han sido logrados
Nuestros sueños amados…
Que podamos decir, sí hemos triunfado
También hemos luchado
Por Dios por, por la raza y por la iglesia.”
Victor Pagan
Assistant Director
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